El término esoterismo, acuñado en el siglo XIX, proviene del vocablo griego esoteros. Hace alusión al conglomerado de disciplinas y enseñanzas secretas y ocultas, ininteligibles para los no iniciados.
En contraposición, hallamos las doctrinas exotéricas, de fácil acceso y comprensión para el público. Su transmisión ha sido marcada por un secretismo radical, que se ha ido disipando poco a poco a lo largo del siglo XX.
Desafortunadamente, en la actualidad éste se vincula con la brujería, las artes adivinatorias, la magia y el tarot.
El esoterismo, como término genérico, hunde sus pilares metafísicos en el precepto incluido en la Tabla Esmeralda de Hermes Trimegisto:
Es decir, la esencia del ser humano oculta, y al mismo tiempo desvela, la esencia de Dios. Como bien formula el Génesis 1:27:
«Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó».
Dentro del esoterismo, encontramos multitud de corrientes, unas orientales, otras occidentales, pero siempre participando conceptos unas de otras en sintonía. ¿Algunos ejemplos? Sin ir más lejos, la teosofía de Madamme Blavatsky, la Cábala, la escuela arcana, el sufismo o la antroposofía de Rudolf Steiner.
Antiguamente, determinadas doctrinas promulgaban unas enseñanzas exotéricas, comprensibles para el conjunto de la población… mientras que paralelamente germinaban en su seno otras enseñanzas misteriosas y secretas, de carácter esotérico, destinadas únicamente a sus adeptos.
Estos saberes se guardaban celosamente de las intromisiones profanas, como por ejemplo sucedió en Grecia. Allí, los conocimientos esotéricos se transmitían al pequeño círculo de alumnos de cada escuela, en contraste con las enseñanzas exotéricas, que se promulgaban públicamente. De hecho, se presupone que muchos de los Diálogos de Platón tienen una naturaleza exotérica, mientras que a su vez se desarrolló una doctrina esotérica encaminada a sus discípulos.
En la actualidad, es común observar estas labores en la facción Rosacruz o en la Francmasonería.
El ser humano alberga en sí mismo la esencia del asunto, tal como asegura el Oráculo de Delfos atribuido a Apolo, «gnóti seautón», es decir:
CONÓCETE A TI MISMO
Éste es el origen y también la consumación de cualquier periplo espiritual.
Cabe suponer la dificultad que recae sobre el místico al intentar explicar por medio de las palabras una experiencia espiritual.
Las palabras son los senderos por los que el raciocinio opera, sin embargo, la experiencia espiritual no puede ser comprendida por la mente lógica y racional; para acercarse a la comprensión de dichas experiencias, se usa un fuerte simbolismo, así como metáforas y alegorías que, próximas al alma, nada tienen que ver con la razón.
Por ello, se emplean los términos “esotérico”, “oculto”, “secreto”. Estos compendios sellados con gran hermetismo no pueden iluminar la mente de los profanos, pues el primer gran obstáculo es el uso de la palabra.